Ayer me acerqué por primera vez a la oficina. Llevo teletrabajando desde el principio del confinamiento y no había necesitado pasarme por allí, pero la conexión remota empezó a fallar y quise reiniciar el ordenador así como el de otros compañeros.
Hay unos dos kilómetros largos desde mi casa a la oficina y entre ellas está el centro de la ciudad. Llevaba como mes y medio sin pasar por esa zona de la ciudad y lo cierto es que me impactó bastante la soledad que se respiraba. Las calles prácticamente vacías, sin tráfico y un cielo encapotado me generaron cierta incomodidad durante el recorrido de ida. Unos veinte minutos de caminata en los que vi no más de una veintena de coches y en torno a unas 100 personas.
A la vuelta, y para no darle vueltas a la cabeza hice una videollamada con mi primo Ander, un vitoriano residente en Berlín. Quise enseñarle la vida en directo y esto me hizo la vuelta, de unos veinte minutos, más fácil. En total no estuve más de una hora fuera de casa. La inactividad me pasó factura con alguna rozadura y unas piernas algo cansadas.
En 48 horas tendremos la libertad de pasear por nuestro entorno. Es algo que me apetece retratar pero que no implantaré probablemente en mi día a día. Me siento cómodo y seguro en casa, donde no me falta de nada y tengo cerca a los que están en la distancia, con perdón de la paradoja.
No me apetec contar nada más. Creo que mañana volveré con alguna reflexión más profunda.