Diario de un píxel
El blog personal de @pixelillo

Día 17

No quiero engañar a nadie, hoy ha sido el peor día de la cuarentena hasta la fecha. Quizás por el cansancio, pero mi otro yo ha hecho de las suyas en mi cabeza. Llamo así a esa parte de mí que se dedica a autodestruirse. Unos tienen el don de la paciencia, yo me dedico a destruir mi estabilidad. Dejo que acabe con todos los pilares y cuando se va vuelvo al proceso de reconstrucción.

He de reconocer que mi entrada en el confinamiento no fue la mejor. Semanas antes de que todo esto ocurriese, mi cabeza no funcionaba bien. Bueno, nunca ha funcionado bien, pero en los últimos tiempos había vuelto a fallar más de lo normal. Justo cuando parecía tener controlado el asunto y conseguía cierta estabilidad mental llegó un corte digestivo o qué se yo y me tuvo tres días en casa. Tras trece años trabajando sin haber parado un solo día, una cagalera (con perdón) acabó con todo. Volví a la oficina y dos días más tarde el Presidente nos obligó a quedarnos en casa. No es la mejor forma de comenzar un encierro obligatorio, la verdad.

Pero estaba hablando del día de hoy. Mi otro yo ha querido destruir mi autoestima, mi confianza, mi tranquilidad ante una situación compleja. Y durante un puñado de horas lo he pasado francamente mal. Hoy Soledad no ha dado señales de vida aunque sí he recibido la visita de Ansiedad. Vino acompañada de nauseas y una sensación de agobio horrible. Blanco y en botella…

No ha sido hasta bien entrada la tarde cuando he recuperado la sensación de estabilidad en mi interior. Ahora tengo un solar vacío en el que he de seguir construyendo, pero eso será otro día. Hoy solo quiero seguir leyendo Los asquerosos, escribir estas líneas y si acaso hablar con alguien muy cercano. Mañana auguro que no será el mejor día de mi vida, pero tengo que trabajar para que sea mejor que el de hoy.

***

Hoy he hecho mi tercera salida de casa en esta cuarentena, y como siempre ha sido para visitar el supermercado. Me he puesto el mismo pantalón y las mismas botas que usé la semana pasada. Vestirme de calle ha servido para sentir cierta normalidad que echo de menos.

El mundo exterior sigue siendo el mismo que días atrás. En las calles se respira un ambiente de frialdad que afecta a cualquiera. La compra en el supermercado ha sido satisfactoria ya que he podido comprar todo lo que buscaba. Quería mi pasta de dientes, mi crema antifatiga y algunos frutos secos, además del paquete básico de viandas necesarias para la alimentación diaria. Me ha sorprendido el trato de la cajera, que con una sonrisa me ha atendido de manera excelente. No sé cómo estaría yo trabajando en esa situación. Normalmente al despedirme, cuando el dependiente me da el ticket acompañado de las gracias, mi respuesta es sin contacto visual. Una especie de agradecimiento por obligación. Hoy por primera vez he sentido la necesidad de pararme a darle las gracias de verdad mirándole a los ojos. Porque quizás no salve vidas, pero está ahí en una situación muy complicada.