Apenas guardo recuerdos de mi infancia. Al menos esa es mi sensanción. Hace no mucho, me topé con esa realidad. Recuerdo mil y un datos absurdos, mil chorradas, anécdotas y chascarrillos de mis últimos 9 o 10 años, pero más allá, los detalles se van perdiendo. Y me encuentro en esa encruzijada entre preocuparme o dejarlo pasar.
Vaya por delante que mi infancia tampoco es que fuese un cuento de hadas. Es cierto que no sufrí una guerra, que mis padres me quisieron mucho y que la vida no me dio muchos reveses durante los primeros años de vida. Pero el rechazo, el bullying, llámalo X, estuvo presente hasta bien entrada la adolescencia. Puede que sea eso lo que me cerrase las puertas a los recuerdos infantiles, qué se yo.
Tengo 31 años, y casi puedo decir que tengo recuerdos perfectos de los últimos 10 años. Pero a partir de esa barrera, todo es un mar bravío en el que cuesta encontrar lo que buscas. Acabas descubriendo retales, detalles, a veces hasta recuerdos enteros, pero cada día te cuesta más echar la vista atrás, hacia tu niñez.
Supongo que es normal ya que empiezo a tener una edad. Sé que sigo siendo muy joven y que tengo mucho tiempo por delante, pero al fin y al cabo, llevo vividos 31 años. Eso son más de 11000 días sobre la faz de la tierra. Puede que la barrera que os conté y que el cristal opaco, o mejor dicho la nieblina que me encuentro sea algo normal.
El caso es que hacía tiempo que no os hablaba sobre mis sentimientos, sobre lo que ocurre en mi cabeza. La última vez que os hablé así, en confianza, os dejé algo preocupados. Hoy os digo que estoy mejor. Puede que el fin de semana deshice los dos o tres pasos que ya había dado adelante, pero hoy me encuentro mejor. La cosa es que me puse melancólico y eché la vista atrás. Quise recordar aquellos primeros veranos de libertad. Cuando con 10, 11 o 12 años nos dejaban salir libres de casa durante horas y éramos los reyes del parque. Donde la mayor preocupación era volver a casa con las gafas enteras, el pantalón sin un rasguño y sin tener que hacer uso de la mercromina.
Eché la vista atrás y me acordé de detalles, de pequeños guiños de pasado, pero que tardaron en llegar. Puede que mi cabeza sea aquel ordenador desfasado al que le cuesta encontrar el archivo que buscas. Pero sigue funcionando.
El verano es muy largo, y creo que debería volver más a menudo por aquí a contar mis movidas.