Creo que nunca te conté la primera vez que viajé a Madrid. Fue en el caluroso mes de agosto, allá por el año 2005. Unas semanas antes, mamá nos dijo adiós para siempre, así que puedes imaginarte cuál era el ánimo en esta casa. Mi padre, carpintero ebanista, siempre cerraba el negocio a principios de agosto durante 15 o 20 días. Siempre que se podía, acabábamos bajando a Torre Del Mar, junto a Velez-Malaga, para pasar unos días de veraneo en compañía del resto de la familia. Esta vez, bajar hasta aquellas tierras supondría un golpe muy fuerte para mi padre, así que me olí que nos quedaríamos en Vitoria. Pero no fue así, un día mi padre llegó a casa y me dijo: “¿Quieres conocer Madrid?”. Le dije que si y me prometió unos cuantos días por allí.
Francamente, no tengo muchos recuerdos de aquellos días. La intensidad con la que he vivido mis últimos 11 años han hecho que se hayan borrado buena parte de los antiguos recuerdos familiares. Recuerdo haber cogido el hotel en Ciudad Lineal, un error que hoy no me ocurriría. Recuerdo un montón de tiempo en el metro o en el autobús hasta llegar al centro. Recuerdo haberme bajado del autobús en Plaza Castilla y recorrer toda la Castellana junto a mi padre, mi primera visita al Bernabéu, alucinar con el Mercado Fuencarral, ese lugar que tanto he querido hasta su cierre.
También recuerdo el hotel que había junto al hotel. El clásico bar de barrio de toda la vida, regentado por un hombre de mediana edad, con camisa clara sirviendo platos combinados en la terraza. Recuerdo haber cenado allí y arrastrar a mi padre a ver una película en el cine del centro comercial que teníamos delante. No me olvidaré de aquella película, La Isla, con Ewan McGregor y Scarlet Johansson. Y no me olvidaré de cómo nos dejaron encerrados en el cine y tuvimos que salir a oscuras por la salida de emergencia. Esa anécdota, ese recuerdo lo guardamos como oro en paño tanto mi padre como yo.
Once años más tarde, mi “jefe”, que es como llamo a mi padre, me dijo que este año tocaba viajar juntos después de mucho tiempo. Han pasado unos 9 años desde la última vez que padre e hijo salimos juntos de vacaciones. Toca volver a su tierra, a su querido Lucena, en Córdoba. También visitaremos la capital de la provincia, y volveremos a visitar Granada para perdernos por la Alhambra. Pero a la vuelta, antes de llegar a casa, decidimos hacer una parada en Madrid.
Vamos a volver al hotel en el que estuvimos la primera vez que visité la ciudad que me tiene enamorado. Volveremos a cenar en aquel bar, si es que la crisis no acabó con él. Nos daremos las palizas tradicionales en el transporte público y como no, volveremos al cine a ver cualquier cosa. Esperemos que, en esta ocasión, haya suerte y no nos abandonen dentro.
Me apetecía contarte esta historia simple, sencilla, pero que tan buenos recuerdos me trae. Me apetece compartir mi alegría al saber que volveré a viajar con mi padre, algo que nunca creí que volvería a hacer. Y porque siempre está bien hablar de Madrid. Porque Madrid me llena de vida, o eso me hace creer mientras me la quita. Al menos, me devuelve lleno de felicidad.