Errare humanum est. Nadie es perfecto. Todo el mundo tiene defectos y ha cometido mil y un fallos en esta vida. Al imperio se le fue la pinza al diseñar la Estrella de la Muerte y Rajoy ha tenido algún que otro lapsus en cuatro años. Todos la hemos cagado en alguna ocasión. Sin ir más lejos, aquí donde me veis, compré una Wii U. Y ojo, sin ningún tipo de presión y por propia voluntad. La versión premium, cágate, lorito.
Vivo solo y claro, pensé que una Wii U traería consigo mil y un horas de juego después de cenas y cañitas con los colegas. Me imaginaba mi salón lleno de amigos haciendo mil y un movidas y gestos delante de la televisión. Sonrisas, abrazos y recuerdos imborrables. Y el único recuerdo imborrable que tengo es el de haberme gastado 300 euros en este pisapapeles de plástico.
Confieso que sólo tengo un juego de la Wii U, el NintendoLand. El resto son clásicos de la Wii como los Sports, el Zelda y algún juego random como un House of the Death. Hasta tuve la suerte de que un colega me regalase el Wii Fit y un par de mandos completitos. Pero nada, oye. Sólo me he pegado vicios al Zelda de la Wii. Lo más parecido a socializar con este cacharro fueron unas cervezas con unos colegas y un par de amigas y dos o tres noches en las que no encontramos otra cosa que hacer. Me bajé cuatro o cinco clásicos de NES y Super NES para la consola virtual, alguna demo, pero nada oye, ha sido imposible darle vida.
De vez en cuando le echo una mirada, de la que sólo saco un pensamiento: “Cómo coge polvo la jodida. Si es que hasta para eso es cabrona”. Y ojo, no le guardo odio alguno, pero fui un early adopter de la Nintendo DS y después de la Wii U, y siento que Nintendo no sé, me debe algo. Aunque sea un jodido abrazo. Puede que la culpa sea de su NES, que me dio miles de horas de diversión. De hecho, creo que voy a sacar la NES al salón. Con su mando arcade y todo.