Diario de un píxel
El blog personal de @pixelillo

Lo siento, compañero

Hoy me gustaría contarte una historia. A diferencia de otras, no me siento muy orgulloso de ésta. Es una historia que nos devuelve al año 2001 o 2002. Por aquel entonces, el que hoy te está contando esto era un adolescente. Un quinceañero con sobrepeso y gafas, algo que nunca ha sido fácil de gestionar en el instituto. En aquellos años, quieres ser el rey del recreo. Ser el deportista, el guaperas o el niño guay que acaba conquistando a las chicas de tu curso. Quieres ser un triunfador de la vida, al menos desde ese prisma que te has fabricado. Ser un gordito cuatro ojos no te ayuda a ser el chico más guay del colegio. Más bien todo lo contrario.

Como muchísima gente, mis días de instituto están en el cajón del olvido. Durante 5 años, sentí unas ganas horribles de evadirme de todo aquello. Hoy me sigue costando  encontrar palabras para describir lo que viví en aquellos tiempos. Me insultaron, me golpearon, me escupieron y sufrí toda clase de vejaciones. Pero esta historia no va sobre mí, va sobre H.

H. era un chico de mi curso. H. es un chico repelente, al menos lo era en aquellos días. Como yo, H. también sufrió eso que hoy llamamos bullying. No era gordito, ni llevaba gafas como yo. Este chico sólo se diferenciaba del resto por una cosa: se sentía mejor con las chicas. Puede que ya en aquellos días, H. tuviese bien clara su sexualidad. En aquellos días, y tal y como éramos, para el resto de niños sólo tenía un nombre: maricón.

Esta semana, recordé un suceso con aquel chico. Un día en el instituto, y después de haberle hecho mil putadas, un gracioso tuvo una idea. Decidieron meter al pobre chaval en un armario y así, al salir de éste, le haríamos una foto. Una situación que nos pareció la mar de chistosa hasta bien entrada la pubertad. Recuerdo haber ayudado en aquel acoso. Sí, aquello fue un acoso en toda regla. Y recuerdo haberme reído de aquello.

Pero esta semana, al rememorarlo, sentí una vergüenza terrible. Nada mas acordarme, sentí como si alguien me hubiese dado una patada en el estómago. Alguien como yo, que sabía perfectamente lo que era sufrir la burla y el acoso escolar haciendo sufrir a otra persona. No sé por qué lo hice, seguramente por mi seguridad. Pensaría que, mientras se centrasen en H., yo no sería el centro de sus malas ideas.

Han pasado casi quince años. No sé dónde andará ese chico. Probablemente sea un tío feliz, que quizás haya borrado aquellos recuerdos. O quizás no, y tenga aquellos recuerdos grabados en su cabeza. Hace siglos que no lo veo, pero hoy me gustaría decirle una cosa: lo siento. Me gustaría decirle que hoy, siendo una persona madura, me avergüenzo de mi comportamiento. Decirle que no había ni hay excusa para hacer lo que le hicimos. Que más de una década después, llego a entender y aceptar su forma de ser. Hace mucho entendí que no soy ni seré mejor por pensar, amar, querer o vivir de forma diferente. Hace tiempo que aprendí a respetar.

No sé por qué, pero necesitaba compartir esto con el mundo. Quizás haya querido dar un golpe en la mesa, gritar lo siento y recordarle a la gente que estas cosas no son unas simples chiquilladas. Que somos muchos los que lo hemos pasado mal en la escuela o en el instituto. Que muchos incluso hemos sido culpables del dolor de otras personas por mero interés personal. Que esto sigue ocurriendo en los centros escolares y que de nosotros depende que deje de ocurrir. Debemos hablar a nuestros hijos de los errores que cometimos. Educarles con los valores que hemos aprendido con el tiempo tras chocarnos de cara con aquellos vergonzosos hechos. Explicarles que eso no es un juego, es un acoso, y muchas veces éste acaba de una forma horrible.

Hoy me gustaría toparme con aquel chico y pedirle perdón por aquello, pero también me gustaría encontrarme con mi yo del pasado. Abrazar a aquel Alberto de 14 o 15 años y explicarle que aquello no estuvo bien. Arroparle y abrirle los ojos, explicándole que los que en ese momento parecen triunfadores, en realidad no lo son. Me gustaría volver al pasado y educar a mi yo adolescente, pero me es imposible. Por eso, comparto esta historia con todo el mundo y se la intento hacer llegar a quienes viven hoy en esa misma situación. Me gustaría abrir los ojos de algún chico o chica de hoy. Al menos me marcho a la cama habiendo pedido disculpas a quien realmente lo necesitaba.